El tiempo no tiene importancia. Lo que cuenta es la duración necesaria para que se desarrolle sin fisuras. Mi música evoluciona orgánicamente. Es como una planta. Nunca vemos que una planta se mueva, pero crece continuamente. Como las plantas, inmóviles, pero siempre en crecimiento, mi música nunca es estable. Siempre está cambiando. Pero los cambios son tan sutiles que son casi imperceptibles y solo se hacen evidentes tras del hecho. Esta música, tal como la concibo, no puede contener ninguna interrupción. Por eso la estructura es muy simple, basada en el uso de fundidos: fundido de entrada, fundido de salida y fundido cruzado. Por cierto, cuando solía hacer estos fundidos a mano, utilizando grabadoras de cinta magnética, el resultado parecía mucho más sutil que los fundidos digitales que se utilizan hoy en día, que me parecen demasiado mecánicos.
Aprendí a trabajar con cintas y grabadoras junto a Pierre Schaeffer y Pierre Henry, abandonando el serialismo para sumergirme en el universo de los sonidos. Con Fierre Henry en particular, aprendí a trabajar con feedback y reinyección. Lo que he conservado de ese aprendizaje es la concentración y la lentitud necesarias para una manipulación sutil de potenciómetros y micrófonos. Con el feedback, debes caminar por esa línea invisible, ese ligero movimiento del micrófono (demasiado cerca y explota todo, demasiado lejos y se apaga). Con la distancia adecuada, el gesto adecuado, podía generar sonidos sostenidos, suavemente vibrantes y ondulantes. De manera similar, utilizaba el feedback por reinyección, moviendo el potenciómetro de reproducción o grabación muy levemente para producir una variación minúscula, un cambio imperceptible. Intervenía muy poco. Simplemente, dejé que el sonido evolucionara, para aprender a escuchar y tratar de descubrir cómo me hablaba. Una vez que lo había oído, podía, en cierto sentido, entablar una conversación con él. Intentar escucharlo y respetarlo por sí mismo.
Esta relación de escucha contemplativa del sonido es algo que siempre he cultivado. Recuerdo cómo, cuando vivía cerca del aeropuerto de Niza, durante todo el día escuchaba los pocos aviones que salían de allí, intentando distinguir las variaciones de su estruendo. El oído tiene la capacidad de navegar dentro de una masa sonora y, dentro del continuo de este temblor, buscaba una música. Los paisajes sonoros de la región de Niza eran inagotables. Una de mis primeras obras, Elemental, fue compuesta a partir de grabaciones que hice con una pequeña grabadora SteIIavox. Había grabado sonidos del mar, del viento, de la lluvia, de los corrimientos de tierra. Y fue en el estudio de Pierre Henry donde utilicé estos elementos para componer el primer Elemental.
Más tarde descubrí los sonidos electrónicos y los sintetizadores, pero siempre he seguido aplicando las técnicas aprendidas en los estudios de música concreta. Así pues, mi música se desarrolla a partir de dos elementos primordiales: una escucha contemplativa, profunda y extremadamente atenta, y una metodología heredada de mis largas horas de trabajo en el estudio con cintas magnéticas y magnetófonos. Al descubrir técnicas de montaje, mezcla y transformación, desarrollé una instrumentación que se adaptaba a mi música, a la que luego se añadiría el sintetizador. Porque había una música que yo quería escuchar, y descubrí sus principios fundamentales al encontrarme con estos materiales electrónicos que me resultaron tan fascinantes.
Si mi música se desarrolla con cierta lentitud es por tres razones. En primer lugar, siempre he preferido los movimientos lentos de la música clásica. A menudo, cuando estoy escuchando un disco, empiezo directamente con el segundo movimiento y, una vez terminado, me apresuro a quitar el disco antes de que empiece el scherzo. La segunda razón es que detrás de cada una de mis piezas hay una historia, una referencia, una experiencia con la que se relaciona la obra. Se trata de temas que quiero abordar y que necesitan tiempo para desarrollarse, o de impresiones que he sentido, experiencias que he vivido y que evoco con mi música. Estas historias, estos estados, tienen su propia duración y han de desarrollarse dentro de esa misma duración. La tercera y última razón se relaciona con algo que considero fundamental para mi trabajo: la exploración de estados intermedios. Todo es un intervalo, siempre estamos en medio. Y en este intervalo, entre dos estados, hay una expresión continua de variaciones invisibles, transiciones imperceptibles. Todos los intermedios son fundamentales, como lo ilustran, por ejemplo, los seis estados intermedios del Bardo Thödol, el Libro Tibetano de los Muertos. En mi música, los espacios intermedios son como una costa transformada por cambios progresivos, lentos y continuos que vienen en olas, como la marea.
Mi trabajo de composición electrónica se desarrolla lentamente –los primeros pasos, en todo caso. Nunca empiezo de la nada; Tengo en mente «la historia» y la estructura. Entonces empiezo a buscar, haciendo sonidos pensados para esta o aquella parte, de manera aleatoria. Tomo notas, lo dejo así un mes o dos. Luego vuelvo a escuchar todos los sonidos que he recogido, elimino algunos, busco posibles maneras de combinarlos y rehago nuevos sonidos que estén en línea con los que ya tengo. Después viene la estructuración, que hago con la ayuda de una partitura dibujada. Finalmente, llega el momento de la mezcla, que se hace en una sola pasada, algo que exige una atención extremadamente minuciosa, ya que, si algo sale mal en el minuto cincuenta y dos, por ejemplo, habrá que volver a hacer todo desde el principio.
Esta atención extremadamente minuciosa, que empieza con mi propia escucha y continúa en mis gestos, en la cinta magnética, se transmite después a través del difuminado de la pieza y la escucha del oyente. Hay una especie de transferencia gradual de energía que impregna, uno a uno, cada uno de los pasos que producen la experiencia musical. Pero toda experiencia musical es siempre más que musical. Fue a través de la música como conocí el Budismo, pero siempre me he sentido atraída por la espiritualidad. Considero que la música y la espiritualidad son dos carriles que llevan el mismo vehículo, pero que se distinguen entre sí y rara vez se unen (la excepción son Songs of Milarepa y Jetsun Mila). Sin embargo, ambas están relacionadas con una experiencia meditativa y un trabajo progresivo y solitario. Al final, mi música es como un espejo que refleja mi estado interior y resuena con él. Es de esta manera que puede ofrecer, a quien quiera escucharla, una experiencia singular de la duración.
Recopilado por François Bonnet.
Traducido del Inglés